Ha sido un regalo de Dios caminar por donde caminó Jesús; como si el tiempo hubiese respetado sus huellas y nuestros pasos se hubiesen acompasado con los suyos, andando por los sitios que le vieron pasar haciendo el bien y buscando nuestras almas, buscando la mía. Siguen muy vivos esos días, «caminando por esos lugares, mirando esos cielos y respirando esos aires”, … lugares, cielos y aires que eligió para su Santísima Humanidad en esta tierra. Las escenas del Evangelio se entienden mejor, porque ya sabemos a cuánto queda Nazaret de Caná, y hemos visto el color de Galilea en primavera, y el reflejo del sol en su lago; hemos cruzado arroyos por los que Él pasó, y sabemos qué anchura tiene el Jordán, y conocemos cómo es el camino del desierto entre Jericó y Jerusalem; y hemos comprobado cómo es la cuesta de Betfagé a Jerusalem, y sabemos qué distancia hay desde el Calvario hasta el Santo Sepulcro…: dimensiones del hombre que Dios ha querido habitar para venir a nuestro encuentro.

Y otro regalo de Dios ha sido la oportunidad de vivir estos días con personas que en muchos casos acababa de conocer y que ahora son parte muy cercana de mi historia personal; no solo nombres y apellidos: hemos compartido oraciones, pequeños servicios, conversaciones, bromas, comentarios, expresiones, risas, preocupaciones… También en ellas Jesús me ha salido al encuentro: “donde hay dos o tres pidiendo en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos”. Agradezco al Señor que se me haya hecho presente en quienes he tenido cerca en el Camino de Jesús y le pido que me ayude, que nos ayude, a reconocerle siempre en quienes pasen a mi lado; y también a hacerle presente siempre con mi conducta.

Juntos hemos caminado y rezado, buscando al Señor en los lugares benditos que marcaron su Santa Humanidad; que también quede en nosotros la huella de su Tierra Santa, para que completemos nuestra peregrinación hasta la meta definitiva.